Los conflictos son un aspecto más de la vida. Aparecen en toda convivencia y a cualquier edad y de cómo los manejamos depende en gran medida el resultado y cómo nos sentimos tras él. Por lo que es bueno que los niños aprendan la capacidad de gestionarlos y de este modo, de resolver problemas.
¿Qué pasa en el cerebro del niño durante el conflicto? Un conflicto se da en situaciones en las que dos o más personas presentan intereses encontrados. El cerebro del niño, de manera instintiva, concluye que debe defender sus intereses y crea la emoción del enfado. En los conflictos el enfado viene a darnos energía para luchar por aquello que queremos, es por ello que las reacciones del niño enfadado son de alto nivel energético (gritos, golpes, pisada fuerte…). Si el niño no aprende a gestionar la emoción no podrá frenar el impulso energético y sus actos en los conflictos que se vea envuelto serán automáticos e instintivos no siendo capaz de elegir la conducta que le lleve a mejores resultados.
¿Cómo enseñar a los niños a gestionar el conflicto? Para enseñar a los niños podemos descomponer la resolución de un conflicto en tres tres grandes etapas.
En primer lugar hay que enseñar a los niños a gestionar la emoción que sienten en ese momento. Como hemos dicho el enfado es la emoción primaria en un conflicto, por ejemplo, quiere jugar con la pelota con la que acaba de comenzar a jugar su hermano y como consecuencia de no conseguir lo que quiere en el momento que lo quiere se enfada. Para que el niño pueda gestionar su emoción debemos comenzar por enseñarle a reconocer el enfado cuando lo sienten y a parar antes de actuar. Las sensaciones corporales son una puerta a la emoción que estamos sintiendo por lo que para despertar la conciencia de los niños a las emociones que sienten es bueno hacerlos reflexionar sobre dónde las sienten y cómo (puños apretados, mandíbula dura, posición de las cejas, sentimos como una nube en la cabeza…)
La segunda etapa consiste en poner la atención sobre las posibles soluciones al conflicto a través del pensamiento racional. En esta etapa trabajamos la empatía al preguntar al niño por cómo cree que se siente el otro niño implicado en el conflicto y qué cree que necesita. Esta primera reflexión lleva al niño a ver al otro, no como un enemigo, sino como una persona con necesidades y sentimientos. Despierta la empatía y disminuye la intensidad del enfado lo que facilita el siguiente paso que consiste en pensar posibles soluciones con las que ambos estén conformes y satisfechos. Explicar al niño lo importante que es buscar un punto intermedio en el que ambos se sientan ganadores ayuda a desarrollar la capacidad de negociación y la cooperación, habilidades ambas muy importantes para el trabajo en equipo y la convivencia.
Por último, la tercera etapa consiste en comunicar las opciones que se nos han ocurrido y poner en marcha aquella que elijamos conjuntamente los implicados en el conflicto. En este caso trabajamos con la comunicación asertiva enseñando al niño a decir sus propuestas desde el respeto y la calma, escuchar las propuestas del otro niño y entre los dos elegir una para a continuación ponerla en marcha.
A nosotros, como adultos, los conflictos no nos suelen parecer agradables y ello nos lleva a la evitación en muchas ocasiones por lo que sin ser conscientes solemos enseñar a los más pequeños a hacer lo mismo, evitar los conflictos o incluso negarlos cuando existen. Sin embargo, lo que realmente ayuda a los niños es vivir los conflictos, aprender a desenvolverse en ellos y adquirir herramientas de gestión de emociones y de comunicación que se lo permitan. Un niño que acepta el conflicto y aprende a gestionarlo es un niño que a su vez refuerza su autoestima, mientras que el niño que oculta su enfado o al que le damos lo que quiere para que cambie su conducta (deje de gritar, pegar, etc) es un niño que no aprende a gestionar la frustración ni a empatizar.
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