Llega el verano y con él, los días de playa y piscina. Los adultos relacionamos el agua con jugar, descansar, desconectar, divertirse… y así deseamos que sea para nuestros hijos. Organizamos un día de playa o de piscina con la ilusión de que lo pasen bien jugando, chapoteando, bañándose. Y sin embargo, hay niños que cuando se encuentran frente al agua no quieren ni rozarla. Prefieren jugar fuera de ella, la miran de vez en cuando, observan cómo otros niños juegan en el agua, pero ellos no quieren entrar. Le tienen miedo.

Y es normal que un niño pequeño pueda tener miedo al agua. No quiere decir que todos los niños tengan este miedo, pero si nuestro hijo sí lo siente no pasa nada malo con él, es un niño tan normal como el que se lanza al agua desde el minuto uno. El miedo es una emoción común en los niños y va evolucionando a lo largo de su desarrollo. Si todos los niños no le tienen miedo a lo mismo, sí que todos los niños tienen algún miedo. La principal causa del miedo de un niño es su sentimiento de inseguridad y fragilidad en un mundo tan grande que aún no conoce bien. Cuando el niño que siente miedo al mar lo mira, siente que no tiene los recursos necesarios para entrar en él y salir ileso. Ese miedo es una emoción instintiva que le pide prudencia.

 

QUÉ NO DEBEMOS HACER CUANDO EL NIÑO TIENE MIEDO AL AGUA

Con la mejor de las intenciones pensamos que cuanto antes se de cuenta el niño de que no pasa nada antes superará ese miedo. Y a veces, cogemos al niño entre gritos y sollozos, mientras le decimos: no pasa nada, estoy yo aquí. Y lo metemos al agua con nosotros. Entonces sentimos cómo sus brazos se agarran a nuestro cuello con fuerza mientras sigue sollozando y negándose a que lo cojas de las manos y lo alejes de tu cuerpo. El niño se siente inseguro, su cerebro está activo en modo alerta y lo único que busca es su seguridad agarrándose fuerte mientras pasa ese duro momento. Y aquí es importante saber que un cerebro en modo alerta no está en modo aprender. Por lo que, por mucho que le indiquemos cómo nadar o bucear, si no conseguimos que se calme, no va a ser capaz de retener esa información y de ponerla en práctica.

Forzar a un niño a hacer aquello que le da miedo de un solo paso, en una sola vez, la mayoría de las veces no lo ayuda a superar su miedo sino que aumenta su desconfianza en mí que lo he hecho pasar un mal rato. La próxima vez que le diga de ir al agua juntos puede que huya de mí, que llore aún más fuerte y que entre en crisis de ansiedad mostrándola como una gran pataleta o berrinche.

En este punto os invito a que os hagáis las siguientes preguntas: ¿Qué siento si mi hijo tiene miedo al agua? ¿Necesito que entre en el agua porque los demás niños ya lo hacen? ¿Necesito que entre al agua el primer día de playa, o la primera semana… ? ¿Qué pasa si en 15 días no quiere entrar al agua, o en un mes? ¿Qué siento yo, como madre/padre por el hecho de que mi hijo tenga miedo al agua?

Es normal que queramos que los niños no tengan miedo y que, como adultos, nos sintamos responsables de ayudarlos a vencerlo. Pero recordad que cada niño tiene un miedo y un ritmo distinto y que respetar el ritmo de cada niño le ayuda a vencer sus miedos de una manera más eficiente que forzándoles a hacer aquello que temen. Hay niños que con tres años temen al agua y, por la evolución natural de su desarrollo, con 4 ó 5 años, nadan y bucean por sí solos perfectamente. Los miedos de los niños se minimizan y cambian con el tiempo.

 

CÓMO AYUDARLO A VENCER SU MIEDO

Como acabamos de comentar, es importante respetar el ritmo de cada niño y sus emociones. No comparemos con otros niños, ni con nosotros mismos. No le demos más importancia a un miedo infantil de la que tiene. El miedo en los niños es normal.

Es cierto, que a veces lo que nos preocupa es que el peque se caiga a la piscina y no sepa nadar, no sepa salir a flote por sí solo. Y qué mejor que enseñarlo a nadar por su propio bien. Esto es una realidad, si el cerebro del niño sabe cómo salir a flote, ante una situación de alarma de este tipo utilizará este recurso para sobrevivir. Por lo que es bueno que aprendan a nadar.

Si el niño le tiene miedo al agua, al ponerse en contacto con ella su cerebro se alarma, quiere salir de ahí y no se predispone a aprender sino a sobrevivir. Por lo que esta no es la forma en la que el niño aprenderá a nadar. Para ello, debemos conseguir primero que se sienta seguro en el agua. Y una vez se sienta seguro, entonces, desde el estado emocional de calma sí que podrá aprender.

  1. Vamos a dividir el objetivo en pequeñas metas. De esta manera, el cerebro del niño despertará una alarma de menor intensidad, siendo el miedo controlable por el pequeño. Por ejemplo, primero vamos a mojarnos solo los pies mientras te cojo fuerte o te agarras a mí. Y no pasamos a la siguiente etapa hasta que no percibamos que el niño se moja los pies y se encuentra tranquilo, calmado, incluso por sí solo, sin mí. En ese momento el niño habrá llegado a la conclusión de que es capaz de meter los pies en el agua y sentirse seguro. Está listo para pasar a la siguiente etapa que puede ser entrar hasta las rodillas, etc… Así, vamos aumentando la seguridad del niño en el agua sin provocar rechazo sino ayudándolo a ser valiente a su ritmo.
  2. Vamos a negociar cada etapa con el niño para que acceda a venir conmigo y mojarse los pies sin forzarlo. Y una vez superada esta etapa, vuelvo a negociar con el pequeño la siguiente. Cuando digo negociar quiero decir, que le cuento lo que vamos a hacer, que le aseguro que voy a estar con él, que le confirmo que cuando no se sienta cómodo saldremos del agua… es decir, le hago sentir seguro y cumplo con lo dicho. Si la primera vez negocio bien y cumplo mi palabra, el niño confiará cada vez más en mí, y el resto de etapas serán más fáciles. Pero es importante cumplir lo que le digo.
  3. Vamos a celebrar cada pequeño triunfo. Cada meta conseguida es un triunfo para el niño. Ha superado su pequeño miedo, ha sido valiente. Es importante decírselo, hacerle ver lo valiente que ha sido. De esta forma, el cerebro del niño segregará dopamina, una hormona que le hace sentir placer al conseguir sus metas y lo anima a ir a por la siguiente.
  4. Vamos a tener paciencia y a respetar el tiempo que necesite el niño para superar cada meta. Piensa que es un aprendizaje y que todo aprendizaje requiere de tiempo y práctica. Tu labor es acompañarlo a largo de ese proceso, sin rendirte o frustrarte porque no va al ritmo deseado, sino valorando sus avances y progresos que para él son todo un triunfo.

El miedo es una emoción que se afronta aprendiendo a ser valiente. Aprender a ser valiente requiere de enfrentarse a miedos y superarlos. Por esto es importante que los grandes miedos los dividamos en pequeñas etapas de un miedo menos intenso y vayamos superándolas una a una.  Nuestro cerebro aprenderá a afrontar el miedo siendo valiente, y cada vez se podrá enfrentar a miedos mayores.

Enseñar a los niños a ser valientes es un tarea que requiere tiempo pero el resultado es un maravilloso regalo para los niños en su presente y el futuro adulto en el que se convertirá. ¡Merece la pena la paciencia!

Irene Ruiz.

Si te ha gustado este artículo y quieres recibir más consejos, herramientas y técnicas para desarrollar la inteligencia emocional suscríbete  a la Newsletter de novedades ETIE.

 

¡Gracias por estar ahí! ¡Y enhorabuena por elegir el camino del crecimiento!

TÚ ERES TU MEJOR RECURSO ANTE LOS RETOS DE LA VIDA. Un abrazo! 🙂