Las emociones negativas o desagradables (miedo, tristeza, enfado) sirven para protegernos ante amenazas externas. Así, ante un peligro nuestro cerebro nos hace sentir miedo para que podamos huir o defendernos; cuando alguien sobrepasa nuestros límites, o ante un hecho que consideramos injusto, sentimos enfado que nos prepara para luchar y ante una pérdida o cambio importante en nuestra vida, sentimos tristeza que nos ayuda a cerrar una etapa.

Estas emociones han permitido al ser humano adaptarse a las circunstancias y sobrevivir. Esta función de supervivencia puede ser la causa por la que la selección natural haya favorecido el desarrollo de este tipo de emociones. A estas emociones las llamamos negativas  porque resultan más difíciles de manejar y sus efectos fisiológicos nos suelen resultar desagradables (sudoración, temblores, tensión en cuello y mandíbula, sensación de estómago cerrado…) aunque, como podemos apreciar, su función es primordial para nuestra existencia.

Sin embargo, los peligros a los que nos enfrentamos en la vida en nuestros tiempos no son los mismos que hace miles de años. No necesitamos cazar para comer, ni huir de grandes animales, ni luchar para defender nuestras tierras. No obstante, hoy día nos encontramos con otras situaciones que nuestro cerebro percibe como amenazas para nuestra supervivencia, como nuestra reputación en el trabajo, el reconocimiento, poder adquisitivo, etc… El problema es que a veces, cuando nos enfadamos con alguien, reaccionamos  con la misma energía para defendernos que cuando cazábamos para comer. Esto nos puede llevar a reacciones inadecuadas siendo más agresivos de lo que realmente requiere la situación y obteniendo resultados dañinos para nosotros.

Para poder utilizar la función adaptativa de las emociones necesitamos desarrollar la capacidad de gestionarlas, lo que consiste en frenar el impulso para tomar el control de la situación y elegir la conducta más adecuada a cada momento. Esta capacidad de autogestión nos la confiere el neocortex, parte superior del cerebro que tiene como principal cualidad la capacidad de razonar. Es por ello que la gestión emocional no consiste en reprimir las emociones sino en unir razón y emoción para elegir la mejor solución en cada momento.