El cerebro del niño está en constante aprendizaje. Necesita conocer el mundo en el que vive y aprender las normas que le permitirán encajar en él y así, sobrevivir. Por eso los niños pasan gran parte del tiempo experimentando, explorando, inventando… en definitiva, conociendo su entorno y  a sí mismos.

Sin embargo, tienen otra forma de aprender que no consiste tanto en basarse en su propia experiencia sino en aquello que les enseñan las personas importantes para él y que hasta ahora han asegurado su supervivencia. Es decir, padre, madre, profesor/a, abuelos o incluso hermanos mayores. Son las personas más importantes para los peques ya que para ellos significan seguridad, cariño, protección. Por ello, tienen plena confianza en ellos y creerán lo que les digan.

El cerebro de un niño es como un libro en blanco, sus hojas están por escribir con todo aquello que aprendan. Escribirán lo que está bien y lo que está mal; lo adecuado y no adecuado; lo doloroso y no doloroso etc… de manera que crean su sistema de valores y creencias que van, a su vez, conformando su personalidad y su actitud ante la vida.

Por ello, es importante que seamos conscientes de cómo les hablamos. Por ejemplo, si se equivocan ¿les decimos que es normal ya que está aprendiendo y que siga intentándolo porque lo va a conseguir con trabajo; o le decimos que su amiguito Luís ya sabe y que se tiene que esforzar para no quedarse atrás? Otro ejemplo, si el niño tiene miedo de nadar ¿le decimos que es normal porque aún no sabe pero que va a aprender poco a poco y que verá que finalmente lo consige; o le decimos que es mejor no bañarse en la piscina grande y llevar siempre flotador para evitar el sufrir ambos? Según como le hables a tu hijo desarrollará confianza en sí mismo o se sentirá incapaz, o bien será un niño paciente o frustrado, etc.

Para educar con inteligencia emocional los padres necesitan desarrollar su propia capacidad de análisis y expresarse hacia el niño haciéndolo sentir único y querido, motivarlo y acompañarlo en su proceso de crecer como persona con armas y así, prepararlos para afrontar los retos del resto de su vida.

Cómo podemos a cambiar nuestro lenguaje hacia los peques:

  • Evita poner etiquetas basadas en sus resultados. Si ha suspendido matemáticas NO diremos “eres malo para los números” sino, necesitas reforzar tus conocimientos en esta materia. Que ahora suspenda puede ser un pequeño bache, quizás mañana saque un sobresaliente. Háblale con esta convicción.
  • Evita las comparaciones. Cada niño es único y lleva su ritmo. Cuando lo comparamos le hacemos sentir estrés que lejos de motivar hace que su cerebro emita cortisol que bloquea la capacidad de razonar y concentrarse.
  • Pregúntale por su opinión. Si te enseña un dibujo y te pregunta si te gusta, antes de contestarle pregúntale ¿Te gusta a tí? deja que te cuente lo que opina y siente sobre su dibujo. Entonces será el momento adecuado para dar tu opinión. Piensa que busca aprobación para sentirse seguro, por lo que, aunque quieras darle un consejo sobre algo que creas debe mejorar, dile también lo que ha hecho bien y cómo mejora con la práctica.
  • Dile que NO cuando toca. En la vida no se puede tener todo. Los niños deben aprender a aceptar esta realidad y a manejar las emociones que puedan surgirle de enfado, tristeza o frustración. Por mucho que ahora pretendas que tenga todo lo que desee, no evitarás que de adulto no consiga todo lo que desee y además sufrirá la desadaptación de no saber manejarse con la frustración. Explícale el motivo de por qué no puede ser, dale a su cerebro racional una razón que, aunque no la comparta, le permita manejar la emoción y desarrollar la autogestión.

Recuerda, lo más importante para un niño es sentirse querido, no por lo que se le regala o permite, sino por el respeto y afecto que recibe.