Muchos de nosotros nos sentimos mal cuando nos enfadamos.  De repente, el enfado queda oculto tras un sentimiento de culpa o vergüenza que nos lleva a reprimir la emoción. Ni decimos lo que pensamos, ni damos nuestra opinión, incluso se la damos al otro en contra de uno mismo con el fin de no discutir. Y lo peor es que no nos sentimos mejor actuando así.  Puede que desaparezca la vergüenzao la culpa al haber conseguido quedar como una persona que no se enfada, pero nos seguimos sintiendo mal. Este sentimiento puede deberse a sentir rabia hacia nosotros mismos por no haber expresado lo que queríamos y sentir que no nos hemos defendido ni puesto en valor frente a los demás.

¿CUALES SON LAS CONSECUENCIAS DE REPRIMIR MI ENFADO?  Cuando reprimimos nuestro enfado solo conseguimos disimularlo ante los demás, pero no dejamos de sentirlo internamente. Nuestro cerebro ha recibido un estimulo externo que lo ha llevado al enfado y ha emitido una cantidad de catecolaminas que nos preparan para lucha. Al no darle salida al enfado, esas neurohormonas quedan en nuestro organismo como una oleada de energía contenida. Por ello, hasta que no volvamos a la calma estaremos más irascibles, disminuirá nuestra capacidad de atención, seremos menos creativos, descansaremos peor…

Es importante aprender técnicas para descargar el cuerpo de la energía del enfado y poder volver a la calma.

El enfado nos ayuda a poner límites, a luchar por aquello que nos parece injusto, a defendernos y ganar autoestima y a mejorar la convivencia si se utiliza de manera constructiva. Lo más sano e inteligente es aprender a gestionar el enfado y el arte de discutir.

¿A QUÉ SE DEBE ESA NECESIDAD DE NO MOSTRAR EL ENFADO? Nuestro cerebro funciona como un ordenador. Desde niños vamos aprendiendo y grabando en nuestra base de datos aquellas premisas que nos ayudan a discernir lo que está “bien” de lo que está “mal”, lo “correcto” de lo “incorrecto”, lo “seguro” de lo “inseguro”….  estas premisas se graban en nuestro cerebro como creencias y actúan como el programa ejecutable que determina nuestras conductas e influyen en nuestras emociones y sentimientos. La cuestión es que muchas de estas creencias nos sirven en un contexto pero quizás en otro no, o bien nos fueron útiles de niños pero de adultos nos llevan a resultados indeseados.

En el caso de reprimir el enfado, se puede deber a que existen una o varias creencias instaladas en nuestro cerebro que nos hacen actuar de esta manera y sentir esa vergüenza y culpa. Puede ser:

  • que nos enseñaran de niños que enfadarse está mal visto, y al querer quedar bien evitemos mostrar nuestro enfado.
  • O bien, puede ser que hayamos aprendido que mostrar el enfado es de personas poco educadas , o poco profesionales,
  • o que creamos que si discuto con otra persona es el fin de la relación o el comienzo del deterioro.

En definitiva, hace tiempo, en algún momento de nuestra vida nos creímos una premisa negativa sobre el enfado y desde ese momento evitamos mostrarlo. De hecho, si pudiésemos, nunca nos enfadaríamos. Sin embargo, un cerebro sano se enfada como parte de su funcionalidad normal. Por lo que no podemos decidir que nunca más nos enfadaremos ni cuándo nos enfadaremos.

Sentirse avergonzado o culpable de sentir enfado sería como sentirse avergonzado de tener hambre o culpable por necesitar ir al baño

La única forma de cambiar nuestra conducta y ser capaces de mostrar nuestro enfado es rompiendo las creencias que nos llevan a reprimirlo y cambiarlas por otras que nos permitan vivir el enfado de una manera constructiva y sana. Para ello, puedes poner en práctica los métodos de cambio de creencias que forman parte de la gestión emocional, que te llevarán conductas distintas y deseadas a las actuales.