Cuando se sufre una pérdida el cerebro inicia todo un proceso de cambio. Un proceso de adaptación a una realidad para la que no estamos diseñados: la No Supervivencia. Y Como todo proceso, dura un tiempo. El tiempo que necesita nuestra cerebro para procesar el cambio y reubicarnos en la vida sin esa persona que tenía un significado para nosotros y que ya no está.

El duelo nos hace sentir el dolor del vacío que deja esa persona y entramos en un estado de ánimo marcado por la tristeza pero en el que también podremos encontrar otras emociones y sentimientos como enfado, pena, apatía, desesperanza, culpa… aquello que sentiremos dependerá de cómo haya sido la pérdida, la relación con la persona perdida, el sentido que se le de a esa pérdida (espiritual, religioso, agnóstico, ateo…), el momento de la vida en el que te encuentres (más pleno o menos, más motivado o menos…)

Es importante tener presente que debemos aceptar la tristeza pero ser nosotros los que tomemos el control. La tristeza es una emoción que minimiza tu energía, te sientes más cansado, te cuesta más concentrarte y la atención en una tarea la mantienes menos tiempo, te sientes desmotivado y no te suele apetecer hacer nada. Lo que solía gustarte hacer, como quedar con amigos, salir a hacer deporte, leer… te llama menos la atención y cuando lo haces te agotas antes y necesitas retirarte y descansar. Todo esto es normal. ¿Qué hacer en estos casos?

Como hemos comentado, el duelo es un proceso que durará un tiempo por lo que la tristeza y el dolor te acompañarán durante ese tiempo. Si es cierto que la intensidad de ese dolor irá cambiando pero debes ser consciente del momento en el que te encuentras y no forzarte a estar bien hasta que realmente sientas que lo estás. No rechaces tus emociones ni tu dolor, acéptalo pero cuídate. Para ello:

  • No dejes de hacer aquello que te gustaba hacer, busca ese momento del día en el que sientes más energía y sal de casa, queda, muévete. Si a la media hora necesitas volver a casa, está bien, vuelve y descansa. Y mañana buscarás de nuevo ese ratito para salir, relacionarte y/o moverte. Pequeños paseos, un café con un amigo, algo de ejercicio… y poco a poco te irá apeteciendo más, y te sentirás menos agotado. No es cuestión de obligarte a hacer todo lo que hacías, sino aquella actividad que en este momento, hoy, te sientes con fuerza de hacer aunque sea por un corto periodo de tiempo. Así, entretienes a tu mente y le das un cierto descanso, a la vez que esas actividades que te resultan placenteras te llevarán a segregar endorfinas que te harán sentir mejor.
  • Habla de lo ocurrido cuando sientas que lo necesitas. Busca esa persona de confianza que sabe escuchar y habla de ello. Poner en palabras lo vivido y lo que sentimos ayuda al cerebro a procesarlo de una forma sana. Pero ojo, no te fuerces a hablar si no te apetece, solo cuando sientas la necesidad de hacerlo, elije el momento y la persona. Si no te apetece hablarlo, entonces puedes escribirlo, lo importante para ayudar al cerebro es poner nuestro dolor y pensamientos en palabras.
  • Por otra parte, pon en marcha la PACIENCIA. Esta emoción te ayudará a saber esperar a que tu cerebro procese y se adapte al cambio sin tomar decisiones impulsadas por el dolor, sin exigirte más de lo que debes y sin llegar a desesperar. La paciencia es una emoción positiva que ayuda a minimizar o eliminar la ansiedad tanto en procesos de Duelo como en la vida en general. Por la importancia que tiene vamos a dedicarle el siguiente artículo completo.
  • Rodéate de los tuyos. El cariño y apoyo de nuestros familiares y amigos es reconfortante y nos evoca seguridad y bienestar lo que proporciona alivio a nuestro cerebro en su proceso de aceptar el cambio.

Un proceso de duelo siempre es doloroso y es en estos momentos en los que más útiles son las herramientas y habilidades de inteligencia emocional que hayas desarrollado. Ponlas en marcha para entender, aceptar y transitar tu duelo y que se cierre de forma sana.

Un abrazo.